
En la era digital, la notoriedad ha dejado de ser un reconocimiento genuino para convertirse en una mercancía codiciada. La lógica del algoritmo premia la interacción sin importar el costo, incentivando a muchos a fabricar controversias, explotar emociones y amplificar el morbo con el único objetivo de obtener “likes”, “shares” y comentarios que alimenten su relevancia en las plataformas digitales.
Este fenómeno, bautizado como el «Síndrome del Like», se ha convertido en una suerte de patología moderna. Algunos personajes han comprendido que el escándalo es la vía más rápida para posicionarse y, en su obsesión por ser tendencia, recurren a la exageración, la manipulación y, en muchos casos, a la mentira. Se autoproclaman “la voz del pueblo” o “denunciantes de la verdad”, cuando en realidad solo buscan explotar la indignación colectiva para beneficio personal.
Antes, la credibilidad se construía con rigor y responsabilidad. Hoy, el mérito ha pasado a segundo plano, eclipsado por el impacto inmediato. Algunos “influenciadores” han normalizado la difusión de información sin verificar, sin contextualizar y sin asumir consecuencias. Prefieren viralizar una noticia falsa y luego, en el mejor de los casos, disculparse, porque el daño ya está hecho y el engagement ya se ha conseguido.
Este fenómeno plantea una reflexión urgente sobre el consumo y producción de contenido en la era digital. La audiencia tiene el desafío de discernir entre la información auténtica y la manipulada, mientras que las plataformas y creadores de contenido enfrentan la responsabilidad de no alimentar una cultura basada en la desinformación y el escándalo.
La pregunta es clara: ¿seguiremos premiando la viralidad por encima de la verdad?